19 diciembre, 2014

La segunda entrevista a Dennis Arita: "Libros tontos".


Dennis Arita quiere romper el record de entrevistas de Jorge Martinez y se ha abocado a La Hermandad para que lo ayudemos a cumplir su cometido.

"No hay pedo", le dijimos los 2666 miembros al unisono.

Siguiendo el modelo empresarial de Hollywood y ya que el amigo Dennis dizque disfruta tanto de sus productos, le vamos a hacer secuela loca tras secuela loca. Esto será peor que Juegos del Hambre Sinsajo, que Terminator 3, que Hangover 2, que los bodrios de Hobbit.

Estaís advertidos, pirulines.

En esta ocasión le tocó a Darío Cálix disparar. Lo cuestionó acerca de una de sus canciones favoritas de todos los tiempos: Libros tontos, de la mítica banda Bronco.:


1. Inesperadamente, empieza a sonar "Libros tontos" de Bronco en la rocola. Cuéntenos qué siente.

Primero lo primero. Tengo que aclarar que siempre he escuchado el clásico Libros tontos en autobuses de la ruta urbana, pero nunca en una rocola. Eso se debe a varios factores. Para empezar, los pocos bebederos a los que he ido siempre son del tipo setentero y ochentero y no de la categoría tex mex. O sea que a los melómanos que en esos templos de Baco tienen la delicada chamba de poner las rolas a toda madre les llegan las bandas gringas Eagles o Ambrosia y mandan a que les den por el ojete a los carnales de La Mafia, por decir algo. Si hacen eso es nada más porque los negocios para los que trabajan pertenecen al sector de los servicios nostálgicos y no actúan de esa forma por desprecio a un género musical que ya intelectuales coyoludos tipo Carlos Monsiváis y Vicente Leñero han saludado en sus sabrosas crónicas urbanas y si no lo hicieron, pedo de ellos. Para terminar, los conductores de autobuses solo disponen de tres variedades musicales para deleitar a sus pasajeros: el reguetón, la música evangélica y el tex mex. Me ha tocado la buena suerte de ir parado, apretado, manoseado y a veces sentado en autobuses cuyos piadosos choferes han decidido cultivarme con la opera omnia de don Guadalupe Esparza en vez de taladrarme los tímpanos con las alabanzas de Marcos Witt o los alaridos de Baby Rasta y Gringo. Alguien me contó que los nazis ponían música clásica en los campos de concentración; trepido al pensar lo que Goebbels y Himmler habrían hecho si hubieran tenido en sus manos un elepé de Bronco.

Zanjado este punto toral, como diría Rafael Callejas, siento lo que siente cualquier tipo sensible cuando escucho Libros tontos, una rolaza que ya pertenece al panteón de la música popular: experimento una revelación, una epifanía. Antes de seguir adelante me parece necesaria otra aclaración: Libros tontos no es ni por cerca una feroz invectiva contra la literatura y el cultivo de las bellas artes, como Jorge Martínez tuvo la temeridad de afirmar en una de sus cientos de entrevistas. La crítica de esta canción inmortal se dirige, cual ardiente venablo, al negro corazón del corrupto sistema educativo latinoamericano, pero de ninguna manera pretende emponzoñar nuestra palpitante cultura. En la crítica militante de Libros tontos encuentro la revelación de la que hablaba al comienzo de este párrafo. Solo un bardo como don José Guadalupe Esparza se puede dar el taco de combinar la crítica social y política con el romanticismo más outré: 

Libros tontos, 
como quieren que sus letras entren en mi mente, 
sé muy bien que por su culpa perderé el semestre, 
pero la quiero, la quiero, perdónenme.

Bien lo dijo Octavio Paz en sus póstumas Apostillas a El laberinto de la soledad: "Esparza no es el primer poeta que logra imbricar -si bien en su caso ese maridaje es violento, primigenio, feroz como un volcán- la política y el erotismo. Antes lo hizo Éluard, pero la escritura de Esparza se distingue por su estatura primordial, semejante a la de las pirámides aztecas".