Dennis Arita quiere romper el record de entrevistas de Jorge Martinez y se ha abocado a La Hermandad para que lo ayudemos a cumplir su cometido.
"No hay pedo", le dijimos los 2666 miembros al unisono.
Siguiendo el modelo empresarial de Hollywood y ya que el amigo Dennis dizque disfruta tanto de sus productos, le vamos a hacer secuela loca tras secuela loca. Esto será peor que Juegos del Hambre Sinsajo, que Terminator 3, que Hangover 2, que los bodrios de Hobbit.
Estaís advertidos, pirulines.
En esta ocasión le tocó a Darío Cálix disparar. Lo cuestionó acerca de una de sus canciones favoritas de todos los tiempos: Libros tontos, de la mítica banda Bronco.:
1. Inesperadamente, empieza a sonar "Libros tontos" de Bronco en la rocola. Cuéntenos qué siente.
Primero lo primero. Tengo que aclarar que siempre he escuchado el clásico Libros tontos en
autobuses de la ruta urbana, pero nunca en una rocola. Eso se debe a
varios factores. Para empezar, los pocos bebederos a los que he ido
siempre son del tipo setentero y ochentero y no de la categoría tex mex.
O sea que a los melómanos que en esos templos de Baco tienen la
delicada chamba de poner las rolas a toda madre les llegan las bandas
gringas Eagles o Ambrosia y mandan a que les den por el ojete a los
carnales de La Mafia, por decir algo. Si hacen eso es nada más porque
los negocios para los que trabajan pertenecen al sector de los servicios
nostálgicos y no actúan de esa forma por desprecio a un género musical
que ya intelectuales coyoludos tipo Carlos Monsiváis y Vicente Leñero
han saludado en sus sabrosas crónicas urbanas y si no lo hicieron, pedo
de ellos. Para terminar, los conductores de autobuses solo disponen de
tres variedades musicales para deleitar a sus pasajeros: el reguetón, la
música evangélica y el tex mex. Me ha tocado la buena suerte de ir
parado, apretado, manoseado y a veces sentado en autobuses cuyos
piadosos choferes han decidido cultivarme con la opera omnia de don
Guadalupe Esparza en vez de taladrarme los tímpanos con las alabanzas de
Marcos Witt o los alaridos de Baby Rasta y Gringo. Alguien me contó que
los nazis ponían música clásica en los campos de concentración; trepido
al pensar lo que Goebbels y Himmler habrían hecho si hubieran tenido en
sus manos un elepé de Bronco.
Zanjado este punto toral, como diría Rafael Callejas, siento lo que siente cualquier tipo sensible cuando escucho Libros tontos, una
rolaza que ya pertenece al panteón de la música popular: experimento
una revelación, una epifanía. Antes de seguir adelante me parece
necesaria otra aclaración: Libros tontos no es ni por cerca una
feroz invectiva contra la literatura y el cultivo de las bellas artes,
como Jorge Martínez tuvo la temeridad de afirmar en una de sus cientos
de entrevistas. La crítica de esta canción inmortal se dirige, cual
ardiente venablo, al negro corazón del corrupto sistema educativo
latinoamericano, pero de ninguna manera pretende emponzoñar nuestra
palpitante cultura. En la crítica militante de Libros tontos encuentro
la revelación de la que hablaba al comienzo de este párrafo. Solo un
bardo como don José Guadalupe Esparza se puede dar el taco de combinar
la crítica social y política con el romanticismo más outré:
Libros tontos,como quieren que sus letras entren en mi mente,
sé muy bien que por su culpa perderé el semestre,
pero la quiero, la quiero, perdónenme.
Bien lo dijo Octavio Paz en sus póstumas Apostillas a El laberinto de la soledad:
"Esparza no es el primer poeta que logra imbricar -si bien en su caso
ese maridaje es violento, primigenio, feroz como un volcán- la política y
el erotismo. Antes lo hizo Éluard, pero la escritura de Esparza se
distingue por su estatura primordial, semejante a la de las pirámides
aztecas".
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