29 noviembre, 2011

El dependiente, el profesor sodomita y su goloso bujarrón, seguido de una lección literaria

David Lodge


Hace un par de días me contaron la historia de un anónimo lameculos que dedica su tiempo libre -el que dispendia luego de las ocho horas que pasa dedicado al oficio más literario que ha podido encontrar: dependiente de librería- a pergeñar invectivas en contra de algunos escritores residentes en la city. Tal parece que esta versión de Perico de Palotes, cuya identidad pretende disfrazar bajo el seudónimo de Benno von Archimboldi, está convencido de que mantiene una relación osmótica con la literatura, y la simple gravitación de los libros en su espacio de trabajo le permite absorber, sin quererlo ni pensarlo, los secretos mejor guardados de la creación literaria, lo que a su vez le otorga patente de corso para elaborar magros libelos que su afiebrada imaginación percibe como incuestionables piezas críticas, cuyo efecto devastador propalado a través de facebook condena al purgatorio a todos aquellos a quienes alude con su anémica plumilla.

Además, un par de relaciones, más carnales y solapadas -con el añejo y eterno profesorcillo aspirante a escritor, reconocido por la peculiar entonación con que comparte sus “textitos”, y con su impar discípulo, el bujarrón de anchos cachetes y nombre extravagante de repetida consonante- le han insuflado, a través de la violenta reiteración del pecado nefando, envidias y frustraciones de larga data.

Ambos, el profesorcillo sodomita y su goloso bujarrón, empujan al anónimo Benno a publicar las sandeces que ellos han fraguado bajo el amparo de un supuesto estatuto de lectores magistrales y eternos escritores en ciernes. Y al pobre dependiente, condenado a la más absoluta marginalidad, no le queda más que acceder, infeliz víctima de la conspiración filena, ya que de otra manera se quedaría sin el apoyo de sus mentores, quienes desde que le obligaban a sustraer las “novedades” de la librería de donde fue despedido, le alegran el oído, y quizás otras regiones, al confirmarle su indudable talento literario, el cual verá reconocido a la larga, cuando la heroica dupla (o afiebrado tridente) finalmente haya eliminado todos los obstáculos que hasta ahora le han negado su visado al parnaso y, of course, a la inmortalidad.

Víctima de las filias y fobias académicas, y pensando en la historia de los filenos y el dependiente, me atrevo a señalar que no debiera distinguirse entre la crítica literaria erudita (normalmente escrita por académicos en la actualidad) y la crítica periodística de las obras nuevas. Hubo una época, no hace demasiado tiempo, en la que ambas clases de crítica compartían un lenguaje común y, a veces, las escribían las mismas personas.

En las últimas décadas, sin embargo, estas dos clases de crítica han seguido caminos diferentes y han dejado de influirse mutuamente, lo cual es lamentable.

La crítica académica se ha vuelto cada vez más especializada y profesionalizada, y emplea un estilo retórico impenetrable para el lector general, mientras que la crítica periodística, aunque suele estar bien escrita, se ha vuelto menos analítica, más personal y sus valoraciones son por tanto más arbitrarias.La crítica es la expresión formal de la conversación informal que se produce continuamente entre los lectores de libros, y debería guiar y enriquecer dicha conversación.

Un crítico debe afrontar un libro o un autor con un espíritu de justicia y honestidad.

No aprovechar la ocasión para hacer política literaria, hacer un favor a un amigo, lograr vengarse por algún desprecio del pasado o demostrar que uno es más listo que el escritor reseñado. Las propias opiniones sobre la obra, ya sean positivas o negativas, deben estar respaldadas por argumentos y ejemplos que el lector pueda comprender y evaluar. A la hora de informar, orientar, valorar o jerarquizar las obras de entre las miles que se publican, uno puede hacer algunas de esas cosas siendo inteligente y elocuente.

Uno no puede establecer una jerarquía de obras literarias contemporáneas, porque su valor real sólo quedará establecido con el paso del tiempo. Unas pocas obras sobreviven como clásicos, o clásicos menores, pero la mayoría es olvidada.

David Lodge (Londres, 1935), escritor, profesor y crítico, es autor, entre otros libros, de El arte de la ficción (Península, La Butxaca, Empúries) y La conciencia y la novela. Crítica literaria y creación literaria (Península).

1 comentario:

Dennis dijo...

¿Desde cuándo Lodge está avecindado en la Montefresco? Those descriptions ring a bell...