25 agosto, 2012

Darío Cálix, NO ganador del Premio Centroamericano Carátula de Cuento Breve 2012

File:Prince Paul of Yugoslavia.jpg 

 El escritor hondureño Darío Cálix, por su cuento «Balada del último yugoslavo vivo en la tierra» NO fue declarado ganador del Premio centroamericano Carátula de Cuento Breve 2012.


Este concurso regional fue convocado por Carátula, revista cultural centroamericana, en ocasión de las celebraciones de los 70 años de vida y 50 de creación literaria del escritor Sergio Ramírez. El jurado conformado por los escritores Sergio Ramírez, Ramiro Lacayo Deshón, Francisco Javier Sancho Más y Ulises Juárez Polanco, evaluó doscientos once manuscritos de autores centroamericanos residentes en distintas áreas de Latinoamérica. 

El texto ganador NO se presentó con el seudónimo Hal Incandenza. Según el acta del jurado, nada. 

El premio está dotado de US$ 1.000.00, diploma de honor, un lote de libros autografiados y la publicación del cuento ganador con una presentación de Ramírez en la edición especial n°. 50 de Carátula, correspondiente a octubre-noviembre de 2012. Pero Darío Cálix NO se lo ganó.

La entrega del premio será en Managua el 31 de agosto de 2012 en la Clausura de celebraciones de los 70 años de vida y 50 de creación literaria de Ramírez. Mientras tanto, Darío Cálix se puede ir a bailar la macarena ese día a cualquier lugar de su conveniencia.



Balada del último yugoslavo vivo en la Tierra 
Hal Incandenza


1          
                                                                 
Junio despierta con un grito de espanto, como ya es costumbre en él últimamente.  Había colocado un enorme espejo justo enfrente de su cama con el propósito de ver ese extraño espectáculo cada mañana. Había visto el terror, el verdadero terror, en las caras de sus víctimas, pero yo, piensa Junio, yo nunca he sentido miedo. Claro, eso era antes de que empezaran las pesadillas, entonces sí supo lo que era el miedo y ahora hasta sabe de sus otras dimensiones, tales como el espanto y el horror. Fue entonces que empezó a preguntarse cuál era su cara, de qué maneras cambiaba su rostro en esos momentos en los que ya no soportaba el miedo ni un instante más y ¡crac!, despertaba: fue así que decidió instalar el espejo frente a la cama.
 Después de recuperar la conciencia, Junio sigue viéndose al espejo y se ríe de su yo asustado, mientras, paulatinamente, su yo impávido y frío de siempre (su yo natural) lo reemplaza.
Junio vive  en un apartamento ubicado en el centro de San Pedro Sula que le heredó su difunto padre, un yugoslavo excéntrico y  adinerado que vino a morir acá y, entre otras cosas, a abusar de cuantos niños desamparados su fortuna y su vejez le permitieran.
En los primeros días de llegar a Honduras, Junio, como siempre hacía en los primeros días de llegar a un lugar nuevo, le preguntó a su padre cuándo volverían finalmente a casa, a su amada Yugoslavia. Su padre le repetía monótonamente la misma canción de siempre:
“Hijo, venimos de un país que ya no existe”.
Quizás por haberla escuchado tantas veces ya fue que la frasecita le sonó como de telenovela. Le resultó insoportablemente fastidiosa esa vez y además estaba ese calor infernal, el desorden vial, el ruido a volúmenes insalubres, la comida intragable, el agua sospechosa, la omnipresente basura, los mosquitos, tantos mosquitos de cien picadas al día, ¡por dios!, ¿y qué jodido fin tienen los mosquitos en los ecosistemas si no el de fastidiar a las otras especies para que se apresuren a moverse de lugar en lugar y no se pudran o sean comidas?  Papá, ¡por favor!, LARGUÉMONOS YA DE ESTE PANTANO DE MIERDA.
Esa fue la segunda advertencia, le dijo su padre a secas después de pegarle un puñetazo en la mejilla izquierda que lo tumbó al suelo, a pesar de su avanzada edad y de que el mismo Junio ya era un hombre hecho y derecho, grande y fuerte (desorientado, le parecía escuchar a su padre repetirle la vieja historia de que los hombres de su pueblo solían cazar jabalíes con sus propias manos como signo de virilidad, historia exagerada, inverosímil, ¡oh!, hasta que te deja ir esa mano vikinga en la jeta y ya, ya, todo era, todo es verdad). 
La primera advertencia se la había dado hace mucho tiempo, en una ocasión en la que Junio, que apenas tenía 8 años, le pegó una patada a su ahora difunta hermana: lo ató de la pierna con la que le pegó la patada a un árbol del patio trasero de su casa por media hora. ¿O fue una hora completa?, ¿o nueve?, ¿o tal vez cien?, momentos así parecen durar mil horas y ni el más empecinado de los intentos se lo puede arrancar a uno de la memoria.


2

Después de despertar y de ver su show favorito en el espejo, Junio prepara su único plato de comida del día: un nutritivo estofado de lo que dios quiera. Usualmente son las tres de la tarde.
En la esquina compra el periódico del día y, como hoy es fin de mes, enfila hacia dentro de la jungla, hacia la parte honda del pantano, como la llama él, y luego sube por la primera calle en busca de una de las plazas más viejas del centro de la ciudad (otra herencia de su padre). Cuando al fin llega ahí, inicia un ritual que no le causa ni placer ni fastidio, es simplemente algo que debe hacer para seguir vivo: cobrar la renta de local en local.
Siendo la mayoría negocios y clientes de antaño, no tiene problemas con la paga, excepto por una librería manejada por un homosexual a quien Junio se obstina en llamar Archimboldi. Junio es persona de pocas palabras pero se divierte subyugando a aquel librero en quiebra. - Por favor, don Junio, mire que las ventas están demasiado bajas, ya ni las fans de Coelho me vienen a comprar… tiene que ayudarme, tiene que tocarse el… corazón, y ¡darme un mes más de prórroga! Se lo suplico, don Junio, esta tienda es mi vida, mi ser, mi… TO-DO.
- Te doy 15 días más, Archimboldi. Última palabra.
- Ay, don Junio, mil gracias. Pero recuerde que en realidad me llamo Arnoldo, por dios, ¡siempre tengo que repetírselo!
- Hasta que no me pagues te llamas como yo quiera, Arnalgo.
La mariquita asiente, sumisa, mientras la figura de Junio se mueve pesadísima hasta la salida.
Cuando sale de la librería nota que anda sueltos los cordones de un zapato, al agacharse para amarrarlas observa asombrado que el zapato está salpicado de sangre… Sale corriendo (en cuanto su peso y altura se lo permiten) hasta su guarida: lo más cercano en la historia a ver un elefante paseando por las calles de San Pedro Sula. Un elefante asustado, además.


3

Sentado frente a una pared y bajo una luz amarillenta, Junio lee la noticia del día. Se trata de un reportaje especial acerca de una serie de misteriosos asesinatos contra “niños de la calle” en el centro de San Pedro Sula. “Asesinatos de infantes ligados a culto satánico”, reza el título del artículo, haciendo un amarillo énfasis en que la mayoría de los crímenes (más de 12 en los últimos seis meses) se habían llevado a cabo alrededor de la Catedral de San Pedro Apóstol, justo enfrente del parque central de la ciudad.
            Junio parece gruñir la palabra “falso”, pero lo más seguro es que sea algo en su lengua nativa.
“Los miembros de la secta”, continúa el artículo, “se aprovechan de los infantes que vagan por las calles del centro de la ciudad, ya que estos duermen a la intemperie y pasan generalmente drogados con resistol u otras drogas, declaró Romeo Imiliano, obispo auxiliar, quien da refugio a algunos niños de la calle. La poca vigilancia que hay en la zona en horas de la madrugada expone terriblemente a muchos menores; ellos muchas veces están profundamente drogados y no pueden identificar el peligro por muy inminente que parezca, ellos duermen literalmente a merced de esta secta de asesinos sicópatas”.
Mas ruidos provenientes de la boca de Junio, boca tumba, boca de lengua moribunda.
“La jura no hace nada, compa, dice uno de los infantes. Razón por la cual muchos se niegan a declarar. Los pocos que se animan cuentan historias inverosímiles acerca de un monstruo enorme de ojos azules que aparece después de medianoche y merodea toda la primera calle, otros hablan de una sombra y algunos hasta mencionan al mismo Diablo.
A mí se me salió el demonio de un sueño, afirmó May, quien tiene nueve años de edad y conoce las calles desde los cinco años, según dice. Yo lo vi bien cómo se me salía de la boca y se fue encima de mi amigo el Chuy, que estaba durmiendo a mi lado. Yo lo quise agarrar pero el demonio me tenía quieto, no me podía mover para nada.
Con el asesinato del menor Jeffrin Fumoy ya suman 23 en el último año. La policía nacional sigue investigando los hechos. No descansaremos hasta dar con los responsables, finalizó Leiva Fuentes, vocero de la Policía Nacional de Honduras”.
En efecto, Junio gruñe. Tira el periódico a un lado y sale a la calle. Son las 2:58 a.m.


4

Un sampedrano de nacimiento dirá que a esas horas hace un casi frío en la ciudad, Junio, por su parte, va sudando a gotas gordas, lo cual contrasta con los movimientos de reptil que ahora ejecuta a través del pantano. El símil exacto en este caso sería el de un cocodrilo, largo y gordo, pesadísimo pero veloz. Pero veloz cuando va tras su presa.
En este momento experimenta una especie de trance religioso. Piensa en las diferentes acepciones de  la palabra “sigilo” en el idioma español, en los distintos y ridículos pedacitos en los que su querida Yugoslavia fue dividida y, a decir verdad, se siente como un soldado, como un defensor de… de algo que realmente ya no importa.  Escucha intermitentemente fragmentos de canciones de Coltrane, quien, por supuesto, tocaba el saxofón en lenguas. Ruidos de Religión y de Guerra. Varios y diferentes Jesucristos clavados en varias y diferentes formas geométricas le vienen a la mente, como también: su colección de caras de miedo mientras se reproduce simultáneamente su colección de gritos de miedo. Se acuerda –y esto le provoca una risita nerviosa- de Jean-Baptiste Grenouille. Recibe, desde el mismito cielo, imágenes de una villa abandonada, imágenes de un país que se parte a pedazos. Imágenes de cuando aterrizaba en Honduras: aquel montón de monte y bananas verdes, como decía su padre. Su padre, el trance siempre culminaba con su padre… Esa vez que llegó temprano a casa y lo encontró desnudo con un niño aún más desnudo en su regazo, un niño en una desnudez tal que se le miraba la falta de mierda y de espíritu en el estómago, un niño sin pupilas, nada más que una carcasa a ser botada en el cesto de la basura tras el acto, con un par de rojizos lempiras metidos en el ano… Esa ocasión en la que se quedó paralizado frente a tal imagen, faltaba más, y su padre sin detenerse le advertía con la mirada: sería la tercera advertencia, chico, ten cuidado. Sería el strike out,  claro, pues no existe tal cosa como una tercera advertencia. Existen dos y estás fuera, existen dos y quién quiere averiguarlo. Yo no, dice Junio, y se ve solo unas semanas después junto al lecho de muerte de aquel viejo mastodonte que le dice: Hijo, venimos de un país que ya no existe. Honduras es ahora tu nueva casa, debes quedarte cerca, dentro del istmo, la Yugoslavia original, y sembrarme un par de esas preciosas bananas verdes encima de la tumba.
Y muchas otras incoherencias.


5

Con la adrenalina –esa droga salvaje- circulando por todo su cuerpo, Junio toma la pequeña cabeza del niño dormido y la revienta contra el concreto antes de que este pueda pronunciar palabra alguna. Al ver ese gesto final, en el cual claramente el cerebro envía la señal de alerta, pero el cuerpo falla en reproducirla a tiempo (maldito cuerpo), Junio se queda observando completamente absorto la sangre que sale por los oídos y la boca abierta del ahora finado, como esperando que termine de salir esa palabra última. Se la imagina resbalando fuera de la boca, letra por letra, y esa palabra sería alma. Sería, pero no.
Después de dedicarle tan elegante elegía al difunto, Junio lo toma de los tobillos con una sola mano y lo arrastra y lo arrastra y lo arrastra hasta la Catedral de San Pedro Apóstol. Una vez ahí, lo carga en sus brazos como ofreciendo un hijo al sagrado bautizo para luego lanzarlo por el aire, como quien lanza una botella de plástico: el pequeño cadáver queda ensartado en las púas del portón principal, la estrella cardinal de un futuro espectáculo para las masas.
Y justo ahí es cuando la adrenalina finalmente se consume y el individuo vuelve en sí, por así decirlo. Junio da media vuelta para verificar que nadie lo ha seguido y entonces ve toda su trayectoria marcada en sangre. Nunca lo ha dejado de sorprender la inmensa cantidad de sangre que contiene un cuerpo humano, por más pequeño y seco que parezca. Querían un Diablo, pues ahí están sus huellas, dice Junio, que acaba de asesinar a su víctima número 24.
Síganlas.


6

Esta vez despierta de manera apacible, tanto así que no repara en el hecho y ni siquiera le pone atención a la imagen reflejada en el espejo. Se ducha con agua bien fría y luego se prepara unas tostadas francesas. Hace años que no “desayuna”. Son las dos de la tarde, silba una tonadita alegre mientras cocina y al pensar en qué ropa se va a poner tiene una estupenda idea.
Sonrisa de oreja a oreja, da la impresión de ser un tipo perfectamente feliz, alguien que nunca ha tenido problemas.


7

-Pues así está la situación en este país, como le digo, hoy salió en las noticias que anoche mataron a otro niño… Pero, bueno, mejor dígame, ¿de dónde es el señor? -le pregunta el sastre que le está ajustando un fino traje de terciopelo azul.
- Yo soy de Yugoslavia -le responde en su eternamente accidentado español.
-Ahh, Yugoslavia, muuuy bien –dice el sastre, como si se acordara de algo importante, lo cual le llama poderosamente la atención a Junio.
-¿Sabe algo usted de Yugoslavia?
-Claro, me acuerdo de que una vez vi a su selección jugar en un mundial, ya no recuerdo cuál… Equipazo, merecían llegar a la final. Ahora que lo pienso, este traje ¡es del mismito color de la camisola!
-See.
-¿Y qué vino a hacer el señor a Honduras?
-Vine a cazar jabalíes.
Es muy probable que el viejo sastre no entendiera bien esta última frase, pues pone cara de extrañeza, pero igual no dice nada. Más bien se concentra en las últimas puntadas.
- ¡Oookey, listo! ¿Cómo lo siente?
Junio da un par de pasos, confirma que el traje le queda realmente bien y da una señal de aprobación. Cancela la cuenta y sale a la calle para tomar un taxi. Con esas pintas, no tiene que esperar mucho tiempo a que se detenga uno.

***
El taxista tiene que despertarlo al llegar al aeropuerto. El viaje le ha resultado larguísimo y paga la tarifa sin rechistar. Una vez adentro, se dirige al primer stand de una aerolínea europea que ve. La señorita le pregunta amablemente su país de destino. 

-Quiero un boleto sin retorno al Reino de Yugoslavia -le responde Junio con tono severo.
-Muy bien –dice la señorita, y luego finge hacer algo en la computadora, sin saber bien qué rayos decir después.

6 comentarios:

S. C. dijo...

Yo aquí con tantas impresiones de lo leído en párrafos anteriores, pero se han esfumado al leer lo inmediatamente superior a este cuadro... ¿Será que me explica eso del absoluto modernismo?

Uva 1 dijo...

Es una broma, como todo lo que subimos.

S. C. dijo...

Viva Rimbaud entonces porque que me ha intrigado. Hahaha. Entre otros asuntos, genial tu relato, me inquietó bastante y eso siempre es agradable.

Dennis dijo...

Ellos se perdieron de entregarle 20,000 morlacos a un escritor joven y a veces sobrio. Fuck them!

Anónimo dijo...

Yo quiero volver a leer otro cuento como este, lleno de imaginación channelsixera y de problemas de sintaxis, sobretodo porque este 2014 es por segunda vez el No ganador y porque me da un enorme placer saber que está joven para que siga escribiendo. Publiquen el cuento por favor, os agradeceré.

Uva 1 dijo...

Querido Gilipollas:

apreciamos su ambiguo comentario mimalapalabresco, mas lamentamos informarle que el joven y guapo Darío Cálix NO participó este año. Como nadie compartió el link en facebook sobre el concurso, pues que ni se dio cuenta.

¡Jolines, tío!