El escritor hondureño Darío Cálix, por su cuento «Balada del último yugoslavo vivo en la tierra» NO fue declarado ganador del Premio centroamericano Carátula de Cuento Breve 2012.
Este concurso regional fue convocado por Carátula,
revista cultural centroamericana, en ocasión de las celebraciones de
los 70 años de vida y 50 de creación literaria del escritor Sergio
Ramírez. El jurado conformado por los escritores
Sergio Ramírez, Ramiro Lacayo Deshón, Francisco Javier Sancho Más y
Ulises Juárez Polanco, evaluó doscientos once manuscritos de autores
centroamericanos residentes en distintas áreas de Latinoamérica.
El texto ganador NO se presentó con el seudónimo Hal Incandenza.
Según el acta del jurado, nada.
El premio está dotado de US$ 1.000.00,
diploma de honor, un lote de libros autografiados y la publicación del
cuento ganador con una presentación de Ramírez en la edición especial
n°. 50 de Carátula, correspondiente a octubre-noviembre de 2012. Pero Darío Cálix NO se lo ganó.
La entrega del premio será en Managua el
31 de agosto de 2012 en la Clausura de celebraciones de los 70 años de
vida y 50 de creación literaria de Ramírez. Mientras tanto, Darío Cálix se puede ir a bailar la macarena ese día a cualquier lugar de su conveniencia.
Balada del último yugoslavo vivo en la Tierra
Hal Incandenza
1
Junio despierta
con un grito de espanto, como ya es costumbre en él últimamente. Había colocado un enorme espejo justo
enfrente de su cama con el propósito de ver ese extraño espectáculo cada mañana.
Había visto el terror, el verdadero terror, en las caras de sus víctimas, pero yo,
piensa Junio, yo nunca he sentido miedo. Claro, eso era antes de que empezaran
las pesadillas, entonces sí supo lo que era el miedo y ahora hasta sabe de sus
otras dimensiones, tales como el espanto y el horror. Fue entonces que empezó a
preguntarse cuál era su cara, de qué maneras cambiaba su rostro en esos momentos en los que ya no soportaba el miedo ni
un instante más y ¡crac!, despertaba:
fue así que decidió instalar el espejo frente a la cama.
Después de recuperar la conciencia, Junio sigue
viéndose al espejo y se ríe de su yo asustado, mientras, paulatinamente, su yo impávido
y frío de siempre (su yo natural) lo reemplaza.
Junio vive
en un apartamento ubicado en el centro
de San Pedro Sula que le heredó su difunto padre, un yugoslavo excéntrico y adinerado que vino a morir acá y, entre otras cosas,
a abusar de cuantos niños desamparados su fortuna y su vejez le permitieran.
En los
primeros días de llegar a Honduras, Junio, como siempre hacía en los primeros días
de llegar a un lugar nuevo, le preguntó a su padre cuándo volverían finalmente
a casa, a su amada Yugoslavia. Su padre le repetía monótonamente la misma canción
de siempre:
“Hijo,
venimos de un país que ya no existe”.
Quizás por
haberla escuchado tantas veces ya fue que la frasecita le sonó como de telenovela.
Le resultó insoportablemente fastidiosa esa vez y además estaba ese calor
infernal, el desorden vial, el ruido a volúmenes insalubres, la comida
intragable, el agua sospechosa, la omnipresente basura, los mosquitos, tantos
mosquitos de cien picadas al día, ¡por dios!, ¿y qué jodido fin tienen los
mosquitos en los ecosistemas si no el de fastidiar a las otras especies para
que se apresuren a moverse de lugar en lugar y no se pudran o sean comidas? Papá, ¡por favor!, LARGUÉMONOS YA DE ESTE
PANTANO DE MIERDA.
Esa fue la
segunda advertencia, le dijo su padre a secas después de pegarle un puñetazo en
la mejilla izquierda que lo tumbó al suelo, a pesar de su avanzada edad y de
que el mismo Junio ya era un hombre hecho y derecho, grande y fuerte
(desorientado, le parecía escuchar a su padre repetirle la vieja historia de
que los hombres de su pueblo solían cazar jabalíes con sus propias manos como
signo de virilidad, historia exagerada, inverosímil, ¡oh!, hasta que te deja ir
esa mano vikinga en la jeta y ya, ya, todo era, todo es verdad).
La primera
advertencia se la había dado hace mucho tiempo, en una ocasión en la que Junio,
que apenas tenía 8 años, le pegó una patada a su ahora difunta hermana: lo ató
de la pierna con la que le pegó la patada a un árbol del patio trasero de su
casa por media hora. ¿O fue una hora completa?, ¿o nueve?, ¿o tal vez cien?,
momentos así parecen durar mil horas y ni el más empecinado de los intentos se
lo puede arrancar a uno de la memoria.
2
Después de
despertar y de ver su show favorito en el espejo, Junio prepara su único plato
de comida del día: un nutritivo estofado de lo que dios quiera. Usualmente son
las tres de la tarde.
En la
esquina compra el periódico del día y, como hoy es fin de mes, enfila hacia
dentro de la jungla, hacia la parte honda del pantano, como la llama él, y
luego sube por la primera calle en busca de una de las plazas más viejas del
centro de la ciudad (otra herencia de su padre). Cuando al fin llega ahí,
inicia un ritual que no le causa ni placer ni fastidio, es simplemente algo que
debe hacer para seguir vivo: cobrar la renta de local en local.
Siendo la mayoría
negocios y clientes de antaño, no tiene problemas con la paga, excepto por una librería
manejada por un homosexual a quien Junio se obstina en llamar Archimboldi.
Junio es persona de pocas palabras pero se divierte subyugando a aquel librero
en quiebra. - Por favor, don Junio, mire que las ventas están demasiado bajas,
ya ni las fans de Coelho me vienen a comprar… tiene que ayudarme, tiene que
tocarse el… corazón, y ¡darme un mes más de prórroga! Se lo suplico, don Junio,
esta tienda es mi vida, mi ser, mi… TO-DO.
- Te doy
15 días más, Archimboldi. Última palabra.
- Ay, don
Junio, mil gracias. Pero recuerde que en realidad me llamo Arnoldo, por dios, ¡siempre
tengo que repetírselo!
- Hasta
que no me pagues te llamas como yo quiera, Arnalgo.
La
mariquita asiente, sumisa, mientras la figura de Junio se mueve pesadísima
hasta la salida.
Cuando sale
de la librería nota que anda sueltos los cordones de un zapato, al agacharse para
amarrarlas observa asombrado que el zapato está salpicado de sangre… Sale corriendo
(en cuanto su peso y altura se lo permiten) hasta su guarida: lo más cercano en
la historia a ver un elefante paseando por las calles de San Pedro Sula. Un
elefante asustado, además.
3
Sentado
frente a una pared y bajo una luz amarillenta, Junio lee la noticia del día. Se
trata de un reportaje especial acerca de una serie de misteriosos asesinatos
contra “niños de la calle” en el centro de San Pedro Sula. “Asesinatos de
infantes ligados a culto satánico”, reza el título del artículo, haciendo un
amarillo énfasis en que la mayoría de los crímenes (más de 12 en los últimos
seis meses) se habían llevado a cabo alrededor de la Catedral de San Pedro Apóstol,
justo enfrente del parque central de la ciudad.
Junio parece gruñir la palabra
“falso”, pero lo más seguro es que sea algo en su lengua nativa.
“Los miembros
de la secta”, continúa el artículo, “se aprovechan de los infantes que vagan por
las calles del centro de la ciudad, ya que estos duermen a la intemperie y
pasan generalmente drogados con resistol u otras drogas, declaró Romeo Imiliano,
obispo auxiliar, quien da refugio a algunos niños de la calle. La poca
vigilancia que hay en la zona en horas de la madrugada expone terriblemente a
muchos menores; ellos muchas veces están profundamente drogados y no pueden
identificar el peligro por muy inminente que parezca, ellos duermen
literalmente a merced de esta secta de asesinos sicópatas”.
Mas ruidos
provenientes de la boca de Junio, boca tumba, boca de lengua moribunda.
“La jura
no hace nada, compa, dice uno de los infantes. Razón por la cual muchos se
niegan a declarar. Los pocos que se animan cuentan historias inverosímiles
acerca de un monstruo enorme de ojos azules que aparece después de medianoche y
merodea toda la primera calle, otros hablan de una sombra y algunos hasta
mencionan al mismo Diablo.
A mí se me
salió el demonio de un sueño, afirmó May, quien tiene nueve años de edad y
conoce las calles desde los cinco años, según dice. Yo lo vi bien cómo se me salía
de la boca y se fue encima de mi amigo el Chuy, que estaba durmiendo a mi lado.
Yo lo quise agarrar pero el demonio me tenía quieto, no me podía mover para
nada.
Con el
asesinato del menor Jeffrin Fumoy ya suman 23 en el último año. La policía
nacional sigue investigando los hechos. No descansaremos hasta dar con los
responsables, finalizó Leiva Fuentes, vocero de la Policía Nacional de
Honduras”.
En efecto,
Junio gruñe. Tira el periódico a un lado y sale a la calle. Son las 2:58 a.m.
4
Un
sampedrano de nacimiento dirá que a esas horas hace un casi frío en la ciudad,
Junio, por su parte, va sudando a gotas gordas, lo cual contrasta con los
movimientos de reptil que ahora ejecuta a través del pantano. El símil exacto
en este caso sería el de un cocodrilo, largo y gordo, pesadísimo pero veloz.
Pero veloz cuando va tras su presa.
En este
momento experimenta una especie de trance religioso. Piensa en las diferentes
acepciones de la palabra “sigilo” en el
idioma español, en los distintos y ridículos pedacitos en los que su querida Yugoslavia
fue dividida y, a decir verdad, se siente como un soldado, como un defensor de…
de algo que realmente ya no importa. Escucha intermitentemente fragmentos de
canciones de Coltrane, quien, por supuesto, tocaba el saxofón en lenguas.
Ruidos de Religión y de Guerra. Varios y diferentes Jesucristos clavados en
varias y diferentes formas geométricas le vienen a la mente, como también: su colección
de caras de miedo mientras se reproduce simultáneamente su colección de gritos
de miedo. Se acuerda –y esto le provoca una risita nerviosa- de Jean-Baptiste
Grenouille. Recibe, desde el mismito cielo, imágenes de una villa abandonada, imágenes
de un país que se parte a pedazos. Imágenes de cuando aterrizaba en Honduras:
aquel montón de monte y bananas verdes, como decía su padre. Su padre, el
trance siempre culminaba con su padre… Esa vez que llegó temprano a casa y lo encontró
desnudo con un niño aún más desnudo en su regazo, un niño en una desnudez tal
que se le miraba la falta de mierda y de espíritu en el estómago, un niño sin
pupilas, nada más que una carcasa a ser botada en el cesto de la basura tras el
acto, con un par de rojizos lempiras metidos en el ano… Esa ocasión en la que
se quedó paralizado frente a tal imagen, faltaba más, y su padre sin detenerse
le advertía con la mirada: sería la tercera advertencia, chico, ten cuidado. Sería
el strike out, claro, pues no existe tal cosa como una
tercera advertencia. Existen dos y estás fuera, existen dos y quién quiere
averiguarlo. Yo no, dice Junio, y se ve solo unas semanas después junto al
lecho de muerte de aquel viejo mastodonte que le dice: Hijo, venimos de un país que ya no existe. Honduras es ahora tu nueva
casa, debes quedarte cerca, dentro del istmo, la Yugoslavia original, y
sembrarme un par de esas preciosas bananas verdes encima de la tumba.
Y muchas otras
incoherencias.
5
Con la
adrenalina –esa droga salvaje- circulando por todo su cuerpo, Junio toma la pequeña
cabeza del niño dormido y la revienta contra el concreto antes de que este
pueda pronunciar palabra alguna. Al ver ese gesto final, en el cual claramente
el cerebro envía la señal de alerta, pero el cuerpo falla en reproducirla a
tiempo (maldito cuerpo), Junio se queda observando completamente absorto la sangre
que sale por los oídos y la boca abierta del ahora finado, como esperando que termine
de salir esa palabra última. Se la imagina resbalando fuera de la boca, letra
por letra, y esa palabra sería alma.
Sería, pero no.
Después de
dedicarle tan elegante elegía al difunto, Junio lo toma de los tobillos con una
sola mano y lo arrastra y lo arrastra y lo arrastra hasta la Catedral de San
Pedro Apóstol. Una vez ahí, lo carga en sus brazos como ofreciendo un hijo al
sagrado bautizo para luego lanzarlo por el aire, como quien lanza una botella
de plástico: el pequeño cadáver queda ensartado en las púas del portón
principal, la estrella cardinal de un futuro espectáculo para las masas.
Y justo ahí
es cuando la adrenalina finalmente se consume y el individuo vuelve en sí, por así
decirlo. Junio da media vuelta para verificar que nadie lo ha seguido y
entonces ve toda su trayectoria marcada en sangre. Nunca lo ha dejado de
sorprender la inmensa cantidad de sangre que contiene un cuerpo humano, por más
pequeño y seco que parezca. Querían un Diablo, pues ahí están sus huellas, dice
Junio, que acaba de asesinar a su víctima número 24.
Síganlas.
6
Esta vez despierta
de manera apacible, tanto así que no repara en el hecho y ni siquiera le pone atención
a la imagen reflejada en el espejo. Se ducha con agua bien fría y luego se prepara
unas tostadas francesas. Hace años que no “desayuna”. Son las dos de la tarde,
silba una tonadita alegre mientras cocina y al pensar en qué ropa se va a poner
tiene una estupenda idea.
Sonrisa de
oreja a oreja, da la impresión de ser un tipo perfectamente feliz, alguien que nunca
ha tenido problemas.
7
-Pues así está
la situación en este país, como le digo, hoy salió en las noticias que anoche
mataron a otro niño… Pero, bueno, mejor dígame, ¿de dónde es el señor? -le
pregunta el sastre que le está ajustando un fino traje de terciopelo azul.
- Yo soy
de Yugoslavia -le responde en su eternamente accidentado español.
-Ahh,
Yugoslavia, muuuy bien –dice el sastre, como si se acordara de algo importante,
lo cual le llama poderosamente la atención a Junio.
-¿Sabe
algo usted de Yugoslavia?
-Claro, me
acuerdo de que una vez vi a su selección jugar en un mundial, ya no recuerdo cuál…
Equipazo, merecían llegar a la final. Ahora que lo pienso, este traje ¡es del
mismito color de la camisola!
-See.
-¿Y qué
vino a hacer el señor a Honduras?
-Vine a
cazar jabalíes.
Es muy
probable que el viejo sastre no entendiera bien esta última frase, pues pone cara
de extrañeza, pero igual no dice nada. Más bien se concentra en las últimas
puntadas.
- ¡Oookey,
listo! ¿Cómo lo siente?
Junio da
un par de pasos, confirma que el traje le queda realmente bien y da una señal
de aprobación. Cancela la cuenta y sale a la calle para tomar un taxi. Con esas
pintas, no tiene que esperar mucho tiempo a que se detenga uno.
El taxista
tiene que despertarlo al llegar al aeropuerto. El viaje le ha resultado larguísimo
y paga la tarifa sin rechistar. Una vez adentro, se dirige al primer stand de una aerolínea europea que ve.
La señorita le pregunta amablemente su país de destino.
-Quiero un
boleto sin retorno al Reino de Yugoslavia -le responde Junio con tono severo.
-Muy bien
–dice la señorita, y luego finge hacer algo en la computadora, sin saber bien
qué rayos decir después.
6 comentarios:
Yo aquí con tantas impresiones de lo leído en párrafos anteriores, pero se han esfumado al leer lo inmediatamente superior a este cuadro... ¿Será que me explica eso del absoluto modernismo?
Es una broma, como todo lo que subimos.
Viva Rimbaud entonces porque que me ha intrigado. Hahaha. Entre otros asuntos, genial tu relato, me inquietó bastante y eso siempre es agradable.
Ellos se perdieron de entregarle 20,000 morlacos a un escritor joven y a veces sobrio. Fuck them!
Yo quiero volver a leer otro cuento como este, lleno de imaginación channelsixera y de problemas de sintaxis, sobretodo porque este 2014 es por segunda vez el No ganador y porque me da un enorme placer saber que está joven para que siga escribiendo. Publiquen el cuento por favor, os agradeceré.
Querido Gilipollas:
apreciamos su ambiguo comentario mimalapalabresco, mas lamentamos informarle que el joven y guapo Darío Cálix NO participó este año. Como nadie compartió el link en facebook sobre el concurso, pues que ni se dio cuenta.
¡Jolines, tío!
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