18 enero, 2014

Meditations in an emergency, by Richard O'Choricerd


Como si estuviese bajo el influjo de algún conjuro demoníaco, nuestro querido y calavérico Darío Cálix, se vuelve a ver, como todos los años, involucrado en un accidente automovilístico.  

Afortunadamente un reportero de Diario La Prensa no estuvo ahí para reportarlo. Pero si estuvo nuestro very own special correspondant Richard, el Choricero Culto. Verán, el accidente fue en las cercanías de la colonia Honduras, sede de los internacionalmente conocidos Chorizos Richard.

Los dejamos con el original reportaje de nuestro very own special correspondant:


Meditaciones en una emergencia por Frank O'Hara por el Choricero Richard

“Destroy yourself, if you don't know!” 


San Pedro Sula, África. Sabadito Sabanero, iba camino de Belén. Si me ven, si me ven, Belén es una puta twenty four seven.

Llovía y hacía frío nachovegalandiano. La manteca para mis chorizos yacía gelatina cuando el teléfono sonó. ¿Aló bueno?, contesté como actor de película. No, dije, el escritor Darío Cálix no ha estado bebiendo aquí y de hecho hace años que no viene. ¿Ah sí? Voy enseguida.

La Dirección General de Investigación en Asuntos Literarios (DGIAL) me encomendó la tarea de investigar el suceso. Al llegar encontré  al escritor abrazando a su carro negro chocado, llorando a cántaros.

"Tiene sífilis, mi pobrecito", decía.

Me tomó un par de cachetadas y un trago a mí pachita de Ron Pleito con Chicha traerlo de vuelta al plano de la razón. 

Le pregunté si andaba ebrio. 

"No", me dijo, en su vocecita temblorosa de ex estudiante de escuela bilingüe. 

Le pegué otra cachetada. "Con razón", murmuré. Es consabido que el que es poeta sólo ebrio conduce.

"Pero yo no soy poeta", me replicó. A lo que contesté: "Tampoco narrador y sacaste ese librito mierda. Dejate de culeradas Grado Cero si no querés que te monte pija."

Se fue a sentar en visible estado de shock. Le pasé un cigarro que agarró como si fuera pepe. 

A simple vista una cosa era clara: Darío Cálix, sorprendentemente, no había tenido la culpa. De igual manera debía continuar con mis pesquisas. Eché un vistazo en el interior de su carro negro. Encontré 4 ejemplares de Poff chancomidos y uno de La muralla china de Kafka. El último me lo metí a la bolsa disimuladamente.

Le pregunté hacia dónde se dirigía. 

"La verdad, Richard, es que iba a un centro de masajes.", me confesó. Esto me reventó las longanizas. Le pegué un puñetazo esta vez. "¿A qué putas ibas ahí?"

"Por el final feliz, para relajarme... El call center..."

Comemierda ese. Tuve que sacudirlo de los hombros y le aconsejé no ir a esos lugares, aunque yo consejos no doy:

"En realidad nadie va por eso. Todos creen que van por el final feliz, pero por lo que en realidad van es por el inicio triste."

Pude notar que esa declaración le cortó el suministro de adrenalina... y sabrá dios que droguitas que se mete. Dejó de temblar y por primera vez me vio a los ojos.

"Así es, güirro cerote. Pensamos que deseamos algo, pero en el fondo deseamos lo diametralmente opuesto. La vida es un juego de maules en el que sólo Dios puede usar boloncas."

Esto fue demasiado para el poeta de cuarta. Cayó al suelo, quejándose de un intenso dolor de pecho. Le hice saber que la ambulancia ya venía en camino. Para distraerlo, le pregunté si ya había almorzado algo. Positivo. Le pregunté que qué.

"Media docena de mejillones Porto Bello", me contestó. 

Le pegué un duro trago a mi pachita y me di la vuelta. A lo lejos, se escuchaba el canto de una ambulancia, bocinas, holy motors, y el llanto desquiciado de un hombre que ya no conocía. 

En mi casa ya estaba el negro preparando el encurtido y la manteca aún yacía gelatina...

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